jueves, 16 de febrero de 2012

Chiqui.

Salí corriendo, sin mirar atrás, corrí, corrí, corrí hasta que mis piernas se quedaron sin fuerzas y mi pecho se quedó sin aliento. Nunca volvería, nunca volvería a permitir que se me tratase así, sin cariño, con menosprecio, siempre la última a la hora de la comida, la última a la hora de los juegos y las caricias, fuesen más grandes o más pequeños, nunca jamás me volvería a dejar avasallar.

Caminé sin rumbo durante días, me dediqué a vagar de un lugar a otro, sin saber a donde me dirigía, me daba igual a donde me llevarán mis pasos, uno tiene que ser valiente, luchar por lo que quiere, el camino hacía lo que uno desea no siempre es liso y llano, y nunca está libre de obstáculos.

Comía cualquier bichito que conseguía cazar y bebía del agua que el rocío dejaba en la hierba.

Así anduve unos días, hasta que llegué a un pueblo, pensé que por fin había llegado a mi destino, pero nada más lejos de la realidad. El recibimiento me lo dieron a mordisco y ladridos, me hicieron correr hasta que me echaron del pueblo, no me querían allí, ni siquiera se molestaron en preguntar, en saber si necesitaba algo, o que es lo que quería, ya eran demasiados y no podían repartir la poca comida que tenían con ninguno más.

Así que seguí caminando, caminé hasta llegar a un cruce, y ahora ¿para donde? derecha, izquierda, de frente,…, estuve allí parada un buen rato, pensando que hacer, que camino coger, hasta que al final, de frente, siempre de frente, con la cabeza alta y siempre mirando hacia a delante.

Llegué a otro pueblo, pero no tenía pensado quedarme, ni siquiera tenía pensado en husmear por allí, no se por que, pero sabía que aún no había llegado a mi destino.

Seguí adelante, y de nuevo otro cruce. De frente, siempre de frente…

Otro pueblo, adelante, seguir caminando sin parar, aún no había llegado a mi destino.

Otro cruce, otro pueblo,…, ya está, aquel era el final del camino, no había más a donde ir, llevaba semanas vagando de un lugar a otro y por fin creía haber encontrado mi sitio.

La primera vez que les vi estaban dando de comer a sus animales, me fijé con el cariño que les trataban y eso me gusto, así que decidí que era ese el lugar en el que me quería quedar. Ahora tenía que mirar como acercarme a ellos. Decidí ir de cara. Cuando eché a andar hacía su casa ellos salían, me miraron, pero no dijeron nada, siguieron su camino, como si yo no estuviese allí, bueno aquello no había funcionado, pero eso no me amilanó, volvería a intentarlo.

Pasaban las horas y no volvían, empezaba a hacer frío, tenía que buscar un lugar donde resguardarme para pasar la noche. Encontré un contenedor cerca de su casa, era un lugar como otro cualquiera, en peores sitios había pasado la noche durante estas últimas semanas. Estaba tiritando con el frío, en realidad ya no se si era frío, hambre o desesperación, ahí estaba yo con mis pensamientos, cuando los oí que se acercaban. Venían subiendo la carretera y hablando entre ellos, entonces me vieron y se quedaron un rato mirándome, sin decir nada, yo con las piernas entumecidas por el frío casi ni me moví, solo los miraba, ellos sin embargo, pasado un rato siguieron su camino, sin importarles aquella perrita que se quedaba allí sola, tiritando de frío y muerta de miedo.

Por que no había salido a saludarles, a decirles aquí estoy, os he estado buscando toda mi vida, y por fin os he encontrado, pero no, me quedé allí parada, quieta sin hacer nada, lo había echado todo a perder, todo lo que deseaba, ahora que sería de mi a donde más ir, seguir adelante o morir allí. Que estaba diciendo, morir, no, no había hecho aquel viaje para nada, no había pasado por todo lo que pasé para nada, no, no me iba dejar vencer, si no eran ellos, serían otros, y si no yo sola me bastaba.

Al cabo de un rato volví a oír unos pasos, eran ellos que me traían algo de cena, al final les había dado pena. Dejaron los restos del pollo en el suelo cerca de mi, con miedo me acerqué, y salí corriendo con la comida, tenía tanta hambre que ya casi ni veía, cuando me di cuenta ya no estaban, se habían ido, volviendo a dejarme sola.

Yo seguí allí, esperando, si me habían traído de comer quizá si les importase algo. Al día siguiente pasó él en el coche, así que pensé, cuando vuelva lo seguiré y entonces cuando me vean en su casa ya no podrán echarme, y así fue, eché a correr detrás del coche y cuando llegué a su casa, ¡¡¡vaya!!!, había una mastín, un gato, dos pastores alemanes y una setter, la verdad es que cuando los vi pensé que me echarían, eran muchos, pero no, me llamaron, me dieron de comer, y me acariciaron. Llevo con ellos unos años y se que pasaré el resto de mis días con ellos.

Creo realmente que ahora soy feliz.

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