viernes, 16 de septiembre de 2011

Inicio.


No se como, ni porque pero aquel verano cambió mi vida.

Nací en el mes de abril del año 2006, en el monte Castrove, mi madre Era, una yegua castaña, dicen que me parezco a ella. Mi dueño me bautizó con el nombre de Pancho, por que yo era demasiado pacífico, sosegado y manso, como para haber nacido en libertad. Los primeros meses de mi vida transcurrieron felices, tranquilos con la compañía de mi madre y mi hermana mayor. Los montes que nos rodeaban estaban cubiertos por un inmenso y hermoso manto verde, lleno de todos esos manjares de los que es tan rica nuestra tierra. En la manada en la que vivía había algunos potrillos como yo y nos pasábamos todo el día corriendo y saltando, subíamos y bajamos, todo el día jugando.

A principios de verano, algo pasaba, los mayores estaban inquietos, mi madre no decía nada, pero yo sabía que algo la preocupaba, estaba nerviosa, no paraba de caminar de un lado a otro, escudriñando el horizonte, como si presagiase algo, no se lo que, pero en mi interior sabía que no era nada bueno. Decía que hacía más calor que de costumbre, el pasto empezaba a escasear y el agua ya no fluía como antes.

De repente, un día lo vimos, era un humo negro, denso, que casi no nos dejaba respirar, y detrás de el venía el infierno, unas lenguas de fuego que lo devoraban todo a su paso, no dejaban nada en pie todo lo que tocaban lo destruían, árboles, matorrales, animales,…, mi madre nos obligaba a correr, correr cada vez más rápido sin descanso y yo corría no sabía muy bien hacía donde pero yo corría, corría, hasta que ya no pude más y dejé de correr, entonces miré atrás y,…, el corazón me dio un vuelco, mi madre no estaba, no la veía por ningún lado, intenté regresar a buscarla pero mis cascos se quemaban, se pegaban al suelo de aquel monte que una vez había sido verde y hermoso, y ahora ,…, era negro y desolador, allí me quedé plantado con el resto de la manada que había conseguido salir de aquel infierno. Me pasé días esperando el regreso de mi madre y mi hermana, pero el tiempo pasaba y no había noticias de ellas. Y ahora que iba a hacer yo, sólo, sin nadie que me cuidase, que me alimentase. La manada empezó a alejarse de aquel doloroso y árido desierto en el que se había convertido mi hogar. ¿Qué hacer? , ¿quedarme ahí parado, solo y triste o seguir a la única familia que me quedaba?, tenía que ser valiente, seguir a delante, seguir a la manada, tenía que empezar a entender que mi madre ya no volvería, había muerto, había dado su vida por mí, porque yo siguiera vivo.

En aquellos días aprendí lo dura que es la vida, cuando eres pequeño y estás indefenso, piensas, que puedo hacer: sobrevivir. Así que me decidí, seguí a la manada, tan solo para encontrar algo de protección y compañía, por que el cariño que me diera mi madre ya nadie más me lo iba a dar.

Rápido entendí que tenía que empezar a valerme por mi mismo, a ser independiente y a recordar todo lo que mi madre en tan poco tiempo me había enseñado, lo que podía y no podía comer, a donde ir a beber, a evitar los peligros que me acechaban,…, y con el tiempo todo volvió a ser como antes, o casi.

Me fui haciendo mayor y los amigos con los que había jugado en mi infancia, los que quedaban, empezaron a pelearse conmigo, me daban patadas y mordiscos, de los cuales aún hoy tengo alguna que otra marca en mi cuerpo, yo no entendía porque lo hacían, pero supongo que era el momento de que cada uno creara su propia familia.

A principios de la primavera del año 2009 pasó algo que volvería a cambiar mi vida por completo. Una mañana de marzo, cuando el monte aún estaba adormilado empecé a oír el ruido de unas motos, y unos jinetes que subían hacía donde yo estaba, ¿Qué hacían allí?, ¿Qué querían de mí?, no era agosto, aún no era el momento de bajarnos del monte para raparnos las crines y marcar a los potros. Intenté apartarme de su camino pero no hacían más que seguirme, acorralarme, empujarme monte abajo, no entendía nada.

Al final me llevaron y me encerraron en el curro.

Que iba a ser de mi, no lo sabía, lo único que si sabía es que ya no volvería a aquel monte.

A la mañana siguiente volví a oir el sonido de motores, pero esta vez no eran motos sino algo más grande, eran coches y uno de ellos llevaba un remolque en el que ya muchas veces había visto desaparecer a más de un amigo.

Estaba tan agotado que ni siquiera me podía levantar, me daba igual lo que hicieran conmigo, me daba igual, lo había perdido todo y ya nadie me iba a echar de menos en aquel lugar.

Me subieron aquel remolque y me llevaron muy lejos de donde yo había nacido, lejos de todos mis recuerdos.

Cuando abrieron la puerta y me dejaron salir, ah!, no podía creer lo que mis ojos veían, ante mi se encontraba un inmenso prado verde.

Con miedo fui saliendo del remolque, mirando a un lado y a otro, todo aquello no parecía real. Allí estaban las personas que me habían ido a buscar, no se porque pero desde un principio no sentí miedo de ellas, cuando los miré solo pude ver en ellos alegría y cariño, decían que por fin habían encontrado el caballo que tanto habían buscado.

Cuando salí eché a correr, rebrincar, relinchaba de alegría, me revolcaba en el suelo. Pasaron segundos cuando de detrás de unos árboles vi salir otros caballos, eran yeguas, las más hermosas que jamás había visto, me acerqué a ellas, nos presentamos y echamos a galopar todos juntos, por fin había encontrado a mi familia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario